La discapacidad es un término complejo, que con frecuencia es malinterpretado. De hecho, hay distintos modelos que definen la discapacidad, y en las últimas décadas el concepto ha evolucionado, pasando de entender la discapacidad como una perspectiva médica o individual, a una relacionada con los derechos humanos, en donde la discapacidad es resultado de la interacción entre una condición de salud y diversas barreras sociales y actitudinales.
En las últimas décadas, se ha incrementado el reconocimiento de las personas con discapacidad, y se las considera un grupo vulnerable que requiere ser incluido en las estrategias de desarrollo. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible han llamado en forma explícita, por primera vez, como población vulnerable a las personas con discapacidad, y les han pedido a los Estados Miembros que separen los datos por condición de discapacidad. La discapacidad se ha mencionado en forma explícita en muchos de los 17 objetivos.
Sin embargo, a pesar de que la gente con discapacidades es parte de la población más vulnerable en el mundo, y que sus características individuales están asociadas a la pobreza (bajos niveles de escolaridad, bajo acceso a servicios de salud, bajas tasas de participación en la fuerza laboral, etc.), no se debe entender la discapacidad como una causa o una consecuencia de la pobreza.
De hecho, desde el enfoque de las capacidades, la discapacidad es la carencia de oportunidades prácticas que tiene una persona con limitaciones de salud. En este contexto, las personas que viven con limitaciones funcionales se transforman en discapacitadas solamente como consecuencia de la falta de acceso a oportunidades básicas, lo que es consecuencia de una discriminación y de una exclusión social basadas en sus condiciones de salud.
En el proceso del diseño de una medición de pobreza multidimensional, la selección de los indicadores es una etapa fundamental, la cual es importante y difícil, a la vez. En dicha etapa, se identifican varios factores que definen la pobreza, y, en algunos casos, los indicadores se confunden con aspectos o características normalmente ligadas a la pobreza.
Las personas que viven con una discapacidad enfrentan un riesgo mayor de vivir en la pobreza, no por causa de su condición de salud, sino por las barreras sociales y actitudinales que deben enfrentar para participar con igualdad en la sociedad.
Los indicadores sobre salud, con frecuencia, son limitados, y, dependiendo de la encuesta, no son más que unas pocas preguntas, la mayoría relacionadas con la salud infantil. No existe una definición clara de cuáles indicadores están asociados con la mala salud adulta, o de cómo los indicadores ya existentes pueden ser incorporados a un índice de pobreza multidimensional.
En este contexto, cuando en la encuesta se incluyen preguntas relativas a limitaciones o dificultades en salud, se considera como una opción poner como indicador el hecho de contar con una discapacidad. Sin embargo, ¿los indicadores referidos a las dificultades de salud son buenos para incluirlos en una medición de pobreza multidimensional? La respuesta es: no.
Existen varias razones para decir que no son buenos indicadores.
En primer lugar, las personas que viven con una discapacidad enfrentan un riesgo mayor de vivir en la pobreza, no por causa de su condición de salud, sino por las barreras sociales y actitudinales que deben enfrentar para participar con igualdad en la sociedad.
En segundo lugar, a pesar de que los niveles de pobreza de este grupo son mayores, esto no quiere decir que la discapacidad debe ser asociada negativamente con la pobreza. De hecho, los movimientos sociales que apoyan a las personas con discapacidad han trabajado para reducir el estereotipo negativo que se asocia a la discapacidad, creando consciencia de que esta es una situación que todos nosotros podemos vivir en el transcurso de nuestras vidas, y, por ende, la sociedad debe ser inclusiva hacia las personas que presentan distintas discapacidades.
En tercer lugar, con el fin de aumentar el reconocimiento de la discapacidad y la visibilidad de este grupo en la agenda pública, es importante desagregar las mediciones multidimensionales por condición de discapacidad, e identificar cuáles son las carencias más importantes que enfrentan. En tal contexto, los formuladores de políticas públicas tendrán la información necesaria para establecer iniciativas para reducir la pobreza y las carencias, y mejoren la vida de las personas con discapacidad que se encuentran en situación de pobreza o que enfrentan diversas privaciones.
Además de las razones normativas por las que no se debe incluir la discapacidad como un indicador de pobreza multidimensional, existen razones de carácter técnico. Por ejemplo, cuando se piensa sobre las características de la discapacidad como un indicador, es importante reconocer que ésta se comporta como un indicador existente (stock). Cuando se analizan los cambios en la pobreza multidimensional a medida que pasa el tiempo, y se ha incluido la discapacidad como un indicador, se espera que no se observen cambios en dicho indicador, como resultado de una política pública. De hecho, se espera que la prevalencia de la discapacidad aumente en el tiempo, debido a que sube también la expectativa de vida y se eleva la prevalencia de las enfermedades crónicas. Por lo tanto, estamos ante un indicador que no puede ser afectado por las políticas públicas, el cual aumentará por razones demográficas, y que, a pesar de que se lo puede asociar a una “mala salud”, dicho indicador no refleja una privación de salud.
En conclusión, las personas discapacitadas son un grupo vulnerable, y tienen que estar al centro de la agenda de las políticas públicas. En este contexto, la discapacidad no debe ser un indicador de la pobreza multidimensional. Eso sí, los índices de pobreza multidimensional deben ir desagregados según la condición de discapacidad, y la atención debe enfocarse en los niveles de privación y pobreza que tienen las personas discapacitadas y sus familias, en la sociedad.
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